Ninguna antorcha se enciende a sí misma


Algo grande está por pasar. Lo sientes venir. Destellos de tu flor espiritual comienzan a hacerse presentes con mayor frecuencia. Has confiado contra viento y marea en tu propia estrella, y has hecho bien.
Primero estabas ciego y no sabías dónde estabas parado. Luego abriste los ojos y viste que estabas en una prisión. Escapaste de la prisión, pero aún permanecías en el exilio. Ahora vas a reclamar por tu trono, tu lugar en el Reino.
Nadie comprende hoy en día el libro del Apocalipsis porque casi nadie llega hasta estas instancias evolutivas. El Imperio Instintivo está herido de muerte y comenzó a largar pus. Las puertas del Cielo de tus Centros Superiores se abrirán para siempre, y podrás entrar y salir al igual que los ángeles. Y la llave que abre estas puertas es la humildad.
Ya te conoces a ti mismo, y ahora vas en busca de tu origen divino. Tu origen real, el origen de la casta espiritual a la cual perteneces. Tu lugar en las estrellas.
Nadie de nosotros pertenece a la Tierra. La raza humana tiene origen cósmico, y la que vive en este planeta es la resultante de la mezcla de varias genéticas estelares cultivada para un propósito bien definido. Y el espíritu que fue destinado a animarlas procede de las esferas más altas. Haber nacido en este planeta es una prueba de fuego que pocos ángeles se atreven a experimentar.
Ya no necesitas del gremio en el cual trabajabas para construir la Catedral, pero que no lo necesites no significa que tengas que abandonarlo. Sabes que has de ayudar a los que todavía no terminaron de construir la Catedral, porque el Servicio es lo que garantiza la permanencia. Y además verás cómo a partir de ahora tu principal inspiración y felicidad será ver el crecimiento de las flores que antes considerabas ajenas.
Ya soltaste el sistema de creencias con el cual pudiste construir el Ser. La Catedral ya está concluida, y los andamios deben retirarse, pero ahora tú debes vivir en la Catedral e invitar allí a todos los que quieran venir a visitarte.
Somos extremadamente especiales, y tu madre no lo sabe. Somos Divinidad. Somos la Luz que se trasluce en el barro.
Así como tu luz fue encendida desde afuera ahora tú debes ser la luz que deba encender otras antorchas.
Porque es Ley Cósmica que ninguna antorcha se enciende a sí misma.

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